Noche en el Colegio. [ Libre ]

Jamás esperó que en la primera noche en el colegio tuviese un nuevo incidente con su maldición. Después del día de iniciación para los alumnos de nuevo ingreso, había tenido una noche tranquila. Amaneció, y el siguiente día también fue normal. Las clases ya habían comenzado, el ritmo de nuevas tareas se había incrementado un poco y después había tenido una merecida cena en el gran comedor. Todo estaba listo para volver a dormir, según marcaba su rutina, pero esa noche fue diferente. Se había metido en la cama sin novedad alguna, cuando después de un par de horas un escalofrío le recorrió todo el cuerpo entre sueños.

Dentro de tales, se veía de pie en medio de un bosque en tonos grises claro, delatando que no era la noche pero que había una densa neblina cubriendo el entorno, lo que le prohibía ver más alla de un metro cuadrado en torno a ella. Estaba vestida con su pijama como si le hubiesen arrancado de su cama hace poco y lanzado a ese sitio. Había algunos seres rodeándola, quizás dos o tres, puesto que los helechos se movían y sacudían como si alguien hubiese salido rápidamente de ellos. Había tantos ruídos de hojas y ramas que al voltear a uno, instantáneamente debía hacerlo con el otro. ¿¡Qué demonios estaba pasando!? Se tomó los cabellos con ambas manos y cerró los dedos en torno a estos para apretarlos, después se arrodilló en el suelo, esperando que todo eso terminase.

No iba a terminar, no ahora. No cuando la maldición había estado demostrando que era tan fuerte que ahora era capaz de invadir su mente y su cuerpo, el cual había conducido fuera de los dormitorios y llevado a un pasillo lejano, por el cual no era fácil que alguien pasara. La maldición se había dado el lujo de no despertarla entre ese trayecto, y todavía continuaba dormida. Se encontraba en la misma postura en la cual había finalizado su sueño: Arrodillada sobre el suelo de madera, en una desesperada postura que su cabello sufría ante los apretones. Su pijama estaba un poco arremangada y no le cubría las muñecas y parte de los antebrazos, en donde poco a poco de su piel emergían toscos moretones, como si grandes piedras hubiesen golpeado la pálida piel de la chica. Ese sueño no terminaría ahí, no si nadie lo detenía.